Nostalgia

Nostalgia
Fotografía: Pablo Palma M.

Karina

"Cuando la vida lo desea, el amor encuentra nido y se queda, florece..."

¿Quién soy?

Mi foto
Mi vida entre lo claro y lo oscuro; entre la vida y lo que no lo es, sin llegar a ser la muerte...
No hay razón para que te vayas
Ni palabras para que te quedes.

No hay razón para quererte
Ni intenciones para dejar de hacerlo.


No hay razón para guardar tu recuerdo
Ni intenciones de olvidarte.

No hay razón para que te quedes a mi lado
Ni motivos para yo alejarme.

No hay razón para soñarte
Ni intenciones de despertarme.

No hay suficiente cordura para dejar de verte
Ni semejante locura para dejar de amarte.

Y es que simplemente es así,
Te extraño y no te extraño,
Te quiero y no te quiero,
Te amo y no te amo.

Noches de cristal

Y la noche
se llenó de magia...
los sueños empezaron a flotar.
Brillan, tan cerca,
las estrellas...
bailan, cantan, vuelan, viajan,
se hunden en el mar...

Y canta el viento,
La melodía de las noches de cristal...

tu alma,
De mí tan cerca está,
Que la puedo sentir,
Que la puedo tocar,
Que la puedo amar...

Tus alas me hacen vivir,
Tu sonrisa me hace soñar.

Tu alma,
De mí tan cerca está,
Que la puedo sentir,
Que la puedo tocar,
Que la puedo amar...

Cierro mis ojos
Y te imagino a mi lado,
Compartiendo sueños en
Una noche de cristal...

Un abrazo, un beso...
Un viaje por el mar,
Un paseo a las estrellas,
Hacernos uno...
Con la noche de cristal.

Cuando el viento,
La canción terminó de cantar,
Mis ojos había cerrado ya,
Pero sentía tu alma tan cerca,
Que la podía sentir,
Que la podía tocar,
Que la podía amar...
III

Miradas dolientes,
miradas vacías,
miradas eternas,
miradas cansadas,
miradas dormidas,
miradas ciegas,
miradas malditas,
miradas hermosas,
miradas benditas,
miradas compartidas,
miradas con poesía,
miradas de amor,
miradas de odio,
miradas como heridas,
miradas a la nada,
miradas sin vida...

y me pregunto,
¿cuál será la mía?
II

Figuras, ruedas, cuadros,
colores y volteretas...
recuerdos, pasión,
sentimientos, locura y amor...

Un mundo al revés,
un eterno anochecer,
sin luna,
sin razón...

Versos en ausencias,
mi pluma escribe hoy.

Es de noche. Los recuerdos y la Ciudad

La noche había caído. Oscura, profunda… quiere abrazar a la Ciudad, hacerse una con ella. El viento recorre las avenidas, vuela y encuentra en cada esquina una historia para contar.
Aquella noche había llevado los pasos de aquel hombre al sur de la Capital, a un lugar no muy frecuentado y con cierta mala reputación. Ni él mismo sabía que hacía allí, tan sólo que su corazón estaba inquieto, como buscando algo más que el simple hecho de vivir.
Se sentó, escuchó un par de canciones, bebió un trago, miró por la ventana y observó aquella noche tan despejada, se sintió aún vacío, tomó su abrigo, pagó la cuenta y se marchó.
Poco a poco caminaba sin sentido… aún buscando. Hacia el norte, pensaba, se encuentra El Gran Casino; tal vez ahí encontraría lo que estaba buscando, a pesar de que no sabía que era exactamente lo que quería encontrar.
Tras sus pasos, recordaba su pasado, miles de escenas y memorias: en aquella esquina, la del Reloj Central, conoció a su amada; en aquella otra, fue la primera vez que ocurrió el mágico encuentro de sus labios (esa noche hubo luna llena); en la explanada del Teatro, la que divide el paso entre las dos avenidas, le dijo que la amaba con el alma; en frente de la Catedral, mucho tiempo después, ella lo dejó cultivando lágrimas en sus mejillas.
Cuando llegó al Casino, sintió que en cada paso había dejado impreso cada memoria traída del pasado y que ya afuera de él, su corazón se sintió un poco más libre de su búsqueda sin sentido.
Viendo la fachada del Casino, encandilan sus luces excéntricas… la Ciudad le avisa que existen otros caminos. Cierra los ojos, da media vuelta, vuelve abrir los ojos, volver al sur no quiere, ahí dejó su pasado. Echa una mirada al este de la Capital y se acuerda de lo hermoso que es el Parque Central cuando la piel de la noche cae.
Retoma el camino, cruza la calle, un transeúnte (más perdido que él) le pregunta la hora: ocho y diez, la noche por fin abraza la Ciudad con sus brazos. Sigue su paso, late su corazón de nuevo y recuerda lo que es vivir, lo que es sentir…
Cuando llega al parque, no sabe aún qué es lo que lo espera. Tal vez no haya nada, tal vez no lo halle todo; mas ya no busca, su sed se ha calmado. La paz se asentó en su alma.
Mira al cielo, se acuerda de que existen las estrellas y que brillan para la Ciudad, así como las luces brillan para ellas. Cierra los ojos, respira, escucha al viento y la Capital le canta su ya cansada melodía. Todo vuelve a tomar razón, sentido y existencia.
Luego, abre los ojos, sonríe… ¡cuánto hace que no lo hacía! La gente que pasa lo mira, se preguntan qué tiene que le sonríe así a la vida. Se pone de pie, mira a su alrededor y se dice a sí mismo: “es hora”. Toma su abrigo, también se pone su bufanda. No ha quitado la sonrisa de su rostro: sabe ya que no hay nada que buscar; sabe que el alma respira cuando, tras la caída, se aprende y se sigue; con la esperanza de ser mejor cada instante, cada momento, cada día.
Así tomó ruta hacia el centro de la Capital, esperó el tren de las nueve y se fue cantando la última melodía… ya cansada, ya disminuida.

La Ciudad duerme en los brazos tiernos de la noche fría.